A CIEGAS

Cap. V

La hora de la verdad había llegado. Ambos estaban nerviosos. Sus corazones palpitaban con fuerza.

– ¿Será ese chico, el que esta apoyado junto a la portería, Andrés? -se preguntó para sus adentros Irene.
– Esa debe de ser ella -pensó Andrés.

Andrés se separó de la pared y se dirigió hacia el coche.

– ¡Sí, es él! -Irene estaba realmente excitada. Ella, que pensaba que se iba a encontrar con un tipo feo y rechoncho, pudo comprobar que Andrés, a pesar de no ser muy alto, tenía un cuerpo envidiable. Al menos de algo le había servido el ir cada sábado a perseguir a las ‘niñas bien’ por el parque.

Andrés abrió la puerta derecha de la parte trasera del coche y se introdujo en él, a la vez que iba diciendo:

– Bueno, ante todo, buenas noches. ¿Qué tal estáis?

Cerró la puerta y dió dos besos a Tere, que se había girado para poder hacerlo de forma más cómoda. Estrechó la mano de Jorge, que le guiñó su ojo izquierdo de forma un tanto pícara, y fue este el que comenzó la presentación:

– Pues, ejem… -se aclaró la voz para dar un poco de solemnidad al momento- …Irene, aquí, mi amigo de toda la vida, Andrés. -Entonces bajo la voz, miró a Irene a los ojos, y dijo casi en un susurro- cuidadito con él…

Todos sonrieron y fue Tere la encargada de proseguir:

– Bueno, Andrés, -dijo con un perfecto acento aristocrático- ahora tengo yo el honor de poder presentarte a una de mis mejores amigas, la increíble, la inigualable, Iiiiireeeneee.

Todos rieron y aun más cuando Irene aprovechó para darle un pequeño cate a Tere.

Una vez hechas las presentaciones, ambos se aproximaron para poder darse mejor el acostumbrado par de besos.
Jorge puso el coche en marcha y comenzó a conducir rumbo a un pub que, de tanto en tanto, frecuentaban Tere y él.

El primer beso fue tímido, casi forzado.
Andrés sintió como a través de su nariz penetraba la fragancia de los pétalos de un millón de rosas. Casi se mareó; no podía soportar un aroma tan fresco, tan dulce, acostumbrado como estaba a la peste de la polución urbana.
Irene notó en su piel la mejilla de él. El pómulo de Andrés ardía y un escalofrío recorrió de abajo a arriba toda su espalda; había sentido el mismo placer que aquella tarde, mientras se bañaba.

Separaron sus caras y se dispusieron a besar la otra mejilla. El movimiento de sus cabezas fue perfecto. Los dos estaban completamente sincronizados. En el momento en que sus narices estuvieron a la misma altura, sus miradas se cruzaron. Fue sólo un instante, pero el tiempo suficiente para que él se ahogase en los ojos de ella y para que ella quedase enterrada por los ojos de él.

El segundo beso fue cálido. Con la seguridad de conocer al otro. Con la certeza de que aquella noche todo podía salir bien. Con el sentimiento de que no iba a ser el último.

Tere por el espejo del copiloto y Jorge por el retrovisor, no perdieron detalle. Claro, que lo que para Andrés e Irene había sido una eternidad, para ellos había sido sólo un momento.

La recién presentada pareja se separó, ahora para poder ocupar cada uno su respectivo asiento y abrochar el cinturón de seguridad, y entonces, sonriendo, cada uno pudo observar de reojo al otro.
Ambos repararon en que los dos estaban vestidos completamente de negro. Cosa que también hizo notar Tere al decir:

– Vaya, parece que hemos ido a juntar un par de vampiros.
– Parece que sí -dijo Irene con tono animado- igual es Andrés el que deberá tener cuidado conmigo…

Andrés, que cada vez tenía la sonrisa en los labios más amplia, de felicidad, no dudó en responder:

– A ver si es verdad…

Pero ya no hubo respuesta, pues el coche se acababa de detener. Habían llegado al aparcamiento del pub.

Andrés, como si tuviese alas en pies y manos, desabrochó el cinturón de seguridad, abrió y cerró la puerta del coche por el lado en que se encontraba y abrió, de forma caballerosa, la puerta de Irene, que estaba gratamente sorprendida, pues ella apenas había acabado de desabrochar su cinturón.
Tere y Jorge tenían unos ojos como platos, tanto por la velocidad de ejecución, como por el comportamiento inusual de Andrés.
Cerraron el coche y se dirigieron a la puerta del pub.
Andrés abrió la puerta, para que pasaran Tere e Irene. Al pasar Jorge, este le dijo:

– Andrés, tío, hoy estás que te sales. Y me parece que la tienes en el bote.
– Eso espero, porque, por lo que he visto, creo que me he enamorado…

Un comentario sobre “A CIEGAS”

  1. Hola, a muchas gracias por la historia aunque pensaba que duraria un poco mas, de todas maneras gracias por ponerla

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.