Cap. III.
«Staaaaaaaaaaaaaaay, staaaaaaaayyyy awaayyyyyy, staaaayyy awaaaaayyyy, faaar awaaaayyy…»
La música penetraba en su mente cada vez con más fuerza. Y, a la vez, la rabia hacia el incordiante vecino crecía y crecía.
Aquello no iba a quedar así…
Paró la música, pues no era cuestión de que nadie llamase a la policía; y menos aun teniendo en cuenta el chorro de ideas e imágenes que estaba pasando por su cabeza. Pero dentro del caos en el que se había transformado su cerebro había algo que, primero muy de lejos, pero poco a poco más fuerte, comenzó a tomar cuerpo… Entonces, una palabra apareció en su mente grabada sobre una losa de mármol. Era su primer y último mandamiento: GUN.
Sin encender las luces en ningún momento, se dirigió hacia la habitación de sus padres. Ellos no estaban. Habían aprovechado para ‘desconectar’ un par de semanas y se habían ido a las Islas Canarias.
Su cerebro estaba bloqueado, en él ya no quedaba nada. Sólo en sus ojos podía verse lo que buscaba: la pistola de su padre.
Abrió el armario, buscó la cartuchera, sacó el arma y una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en su rostro.
Estaba totalmente decidido. Por fin tantos meses de sufrimiento iban a poder ser vengados. Tenía sed de sangre y la presa no andaba lejos.
Mientras, el vecino comenzaba a dudar si aquel repentino estrépito no habría sido fruto de su imaginación. Pero el caso es que, si no se empezaba a dar prisa, iba a llegar tarde al trabajo.
A los diez minutos ya estaba listo.
Una última ojeada a la casa y… ¡al trabajo!
Llevaba ya un cuarto de hora esperando junto a la puerta.
Al principio miraba por la mirilla, pero a los tres minutos se cansó y penso que no era necesario, pues ya oiría al vecino al salir.
Montó guardia con el revólver empuñado; aguardando; sigiloso; y sólo hacía que pensar, que su vecino muy pronto dejaría de respirar.
De pronto oyó un chasquido. Era la puerta al abrirse. De forma seca abrió la suya. Fue un instante. El vecino, que estaba de espaldas, al notar la corriente de aire se giró y quedó espeluznado.
Estaba allí: de pie, en pijama, descalzo. Tenía los ojos muy abiertos, pero no miraban a ningún sitio. Un hilo de sangre resbalaba por la comisura de sus labios; seguramente se los había estado mordiendo.
Allí estaba: rígido, con los brazos dirigidos hacia él y en las manos la pistola de su padre o al menos eso es lo que imaginó. Era el hijo de su vecino.
Entonces balbuceó: – Ya no volverás a despertarme con tu puta música…
¡¡¡¡BAAAAANNNNNGGGG!!!!
«Uno de enero, dos de febrero, tres de marzo, cuatro de …»
Alargó el brazo y apagó el radio-despertador.
Estaba sudando de lo lindo.
ChusZ