Cap. II.
Pero la cosa no queda ahí, pues el disparo, además de sobresaltarme a mí, lo ha hecho con alguien más, pues, ahora que el silencio parecía volver a rodearme, percibo una respiración entrecortada.
Mi corazón no gana para impresiones. ¿Quién será? ¿Tal vez un delincuente?
Creo que lo mejor será que me quede quieto, pues yo estoy en la zona más iluminada, por lo que, sea quién sea, ya me debe de haber visto.
Pasan algunos minutos. Sirenas en la lejanía. Y el ser que hay en la otra punta de esta portería parece haberse desintegrado, pues ya nada se oye…
¡Si antes hablo, antes me contradicen los hechos!
Se está moviendo, es decir, se desliza, se arrastra. No me tengo que mover, no tengo que respirar, tengo que hacerme el muerto, ¡eso es!
Me hago el muerto.
¡Fácil es pensar las cosas! Pero un muerto que con sus latidos hace temblar un edificio, no es demasiado convincente.
– Tranquilo…
¡Cómo! ¡Una mujer! ¡Qué dulce melodía! ¡Repítelo!
No es posible que un ser humano tenga una voz tan dulce, debo de estar compartiendo refugio con un ángel.
– Ven…
Un ángel que me invita a que vaya con él. ¿Estoy realmente vivo? Esa voz que es como un susurro, tan dulce como la miel, no puede ser de este mundo. Sí, debo de estar muerto.
– Rápido, ese no es lugar seguro, ahí te pueden ver.
Esa frase me acaba de sacar de dudas: estoy vivo, pero con un pie en la tumba si no le hago caso. Me deslizaré hacia ella.
Mientras avanzo, las pupilas poco a poco se adaptan a la oscuridad que oculta el trozo final de la portería.
Ahora comienzo a dibujar sus formas en mis retinas, doloridas de no dormir desde vete a saber cuando.
Es una chica más o menos de mi edad…
– Hola…
He de contestar:
– Ho.. Hola…