A CIEGAS

Cap. III

Pasaban ya de las 23:00 horas algunos minutos. E Irene estaba acabando de recoger la mesa y se disponía a fregar los platos. ¿Para cuándo un lavaplatos? Con la pereza que le daba a ella hacer esas cosas… Pero si había que hacerlo, pues lo hacía, y de la mejor forma que sabía.
Cocinar, en cambio, le encantaba. Era el rollo de recoger las cosas lo que la ponía frenética.
Pronto hubo acabado. Son las ventajas de vivir sola, pensó. Como sólo tienes que hacer las cosas para ti, acabas en seguida.

Eran las 23:12 y decidió que no estaría mal pegarse un baño relajante, antes de prepararse para salir.
Se dirigió al lavabo, puso el tapón en la bañera, cogió el bote de sales de jabón y vertió un buen puñado en su interior. Entonces abrió, girando el monomando hacia el tope izquierdo, el grifo, de forma que saliese el agua lo más caliente posible. Mientras el líquido comenzaba a llenar la bañera, humeante, haciendo que la superficie se cubriese de espuma por completo, ella se cepilló los dientes.
El espejo comenzó a empañarse y ella a desnudarse. Prenda a prenda, de forma coqueta, como con vergüenza, como si alguien la observara. Estaba ensayando, pues no sabía qué tal podía acabar la noche, y tenía que tenerlo todo controlado.
Una vez que el aire fue lo único, a parte del suelo, que estaba en contacto con su piel, cerró el grifo y se introdujo en el volcán de vapor y espuma que era la bañera.
Al principio el agua quemaba su cuerpo, pero a ella le gustaba esa sensación, era como si la estrecharan muy fuerte, como si intentaran arrancarle la dermis, como… como… No tenía palabras, era una sensación que la ponía a cien.
Se abandonó durante un largo rato, adormilada, hasta que pensó que se le iba a hacer tarde.
Miro el reloj. Las 23:59. Bueno, aun tenía tiempo de sobras, y el baño le había sentado fenómeno. Ahora estaba completamente despejada y se sentía capaz de cualquier cosa. Así que una cita a ciegas no la iba a amedrentar.
Salió del agua. Todo su cuerpo relucía e irradiaba olor a rosas; lo de las sales de baño es un gran invento, pensó.
Se secó de arriba a abajo y rodeó su cuerpo con la toalla.

Una vez en su dormitorio comenzó a pensar en qué ponerse. Como no había preguntado a dónde les iban a llevar, optó por vestirse con algo normal.
Se puso unas braguitas y un sostén negros, a juego. Unas mallas y un body, también negros y se miró al espejo. La verdad es que si lo que quería era pasar desapercibida, con aquello no lo iba a conseguir. Su busto parecía que iba a estallar dentro de aquel body, que comprimía su anatomía de forma casi alarmante. En cuanto a las mallas, marcaban su culete de tal forma que al caminar parecía que el globo terráqueo se movía al compás de sus caderas.
Por eso decidió que lo mejor sería ponerse algo encima que disimulara sus sinuosas curvas.
Buscó un poco en el armario y encontró lo que quería. Por un lado, una minifalda, negra, que se puso sobre las mallas; y por el otro, una cazadora de cuero negra, por no desentonar, que se puso sobre el body.
La verdad es que parecía una vampiresa, así vestida por completo de negro, pero le favorecía mucho.
Completó el disfraz con unos zapatos negros, con un poco de tacón. Y pensó:
– Espero que Andrés no se asuste al verme vestida así…

Volvió a mirar el reloj. Las 00:17. Aun tenía tiempo de maquillarse un poco. Lo justo para realzar aun más sus bellas facciones.
Luego deshizo el moño que había llevado hecho toda la tarde en el pelo, lo desenredó un poco y volvió a recogerlo.
Se miró en el espejo, tal y como había hecho por la mañana al levantarse, pero esta vez, lo que pasó por su mente, justo en el momento en que el timbre del interfono sonaba, fue:
– ¡Cuidado Andrés que voy a por ti!

Caminó rápidamente hacia el recibidor de la casa y cogió el interfono:

– ¿Quién es?
– Hola Irene. Tere. ¿Estás lista?
– Sí. Ahora mismo bajo.

Cogió las llaves en una mano. En la otra, un pequeño monedero con dinero, el DNI y algunas pocas cosas más que cabían en él y que pronto guardó en uno de los bolsillos con corredera de la cazadora.
Abrió la puerta. Salió, la cerró y echó la llave; tras lo cual, guardó el llavero en otro de los muchos bolsillos con corredera que tenía aquella chaqueta.
Pulsó el botón del ascensor, que pronto llegó a su piso, un tercero, se introdujo en él y pulsó otro botón de nuevo, aquel en el que se veía un enorme cero en negro, sobre un fondo blanco.
Miró, como siempre la pequeña pantallita que iba indicando: tres, dos, uno y cero. Ya está.
Abrió la puerta y, a través de los cristales transparentes de la portería, pudo ver a Tere que la esperaba junto a la entrada. El coche de Jorge estaba a su lado, aparcado sobre la acera, con él dentro.
Mientras iba saliendo, se pudo permitir echarles un vistazo. Por la ropa que llevaban era imposible saber a dónde iban a llevarles, pues, de la misma forma que había hecho ella, se habían vestido de forma bastante normal.
Al abrir la puerta de la portería saludó a Tere con un par de besos y luego, acercándose a la ventanilla del coche, hizo lo propio con Jorge.
Tere ocupó su lugar de copiloto e Irene se sentó en la parte de atrás.
Una vez todos tuvieron puestos los cinturones de seguridad, Jorge quitó las luces de emergencia y puso el intermitente izquierdo. Salió suavemente y enfiló la calle.

– Bueno, -rompió el hielo Irene- así, ¿a dónde nos vais a llevar?
– Pues la verdad es que habíamos pensado ir primero a un pub, -respondió Jorge.
– Y luego, allí, -prosiguió Tere- dependiendo de lo bien que os avengáis, pues ya decidiremos entre todos qué es lo que vamos a hacer.
– Me parece perfecto. -exclamó Irene- Ya estoy deseando ver qué tal es ese Andrés.

Jorge y Tere se sonrieron.

– Pues no vas a tener que padecer mucho más, pues ya hemos llegado. -dijo Jorge, mientras iba reduciendo la velocidad del vehículo y señalizaba que iba a detenerse.

El coche paró justo al lado de una portería, junto a la cual había alguien esperando.

Un comentario sobre “A CIEGAS”

  1. Hola, a muchas gracias por la historia aunque pensaba que duraria un poco mas, de todas maneras gracias por ponerla

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